No sé como acomodar mi espalda
ni los huesos bajo la carne,
como calmar mi piel tardía
ni mi rebelde alma de amante,
para que deje de lastimarme
esta maldita melancolía.
Será que tu hueco se hace molde de alambre
y se me enreda en la piel
y se me clava en la carne.
Esta caída infinita
consume el oxígeno y el fulgor de la tarde
reduciendo a pavesas
el fuego que en mi alma ardía constante.
Se oscurece el jardín
cuando te llevas las flores
dejándome así, a solas,
con mis manos vacías,
tintadas del azul azabache
de tus oscuros estambres.
Consuelo
Septiembre 2012
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