Provengo
de una familia de nueve hermanos y todos, excepto un par de chicos, llevamos 2
ó 3 nombres acompañando al principal que nos designa.
Todavía
he de explorar el campo de mi segundo nombre. Aún no ha ejercido su papel.
Pero
mi tercer nombre, Catalina, aflora con fuerza cuando el viento rola a Noroeste
y yo retorno a los inhóspitos páramos de Inglaterra.
Me
gustan las playas nudistas. Si tengo elección no tengo ninguna duda. Pero a
veces es difícil encontrarlas. Este fin de semana he retornado a mi playa, mi
preferida desde que la he encontrado.
Para
mí es un placer sentir mi cuerpo desnudo al sol. Y comienza mi placer cuando
como en un rito me visto con un ligero, largo y ceñido vestido de tirantes con
tejido de camiseta, que me permite ir vestida sin ropa interior.
Tampoco,
como parte del ritual, llevo toalla a mi playa, si no un finísimo pareo que me
permite sentir la textura de la arena bajo mi cuerpo tendido al sol primero de
la mañana. Esta breve frontera me deja percibir el leve crujido de la arena
ante el mínimo movimiento mío, su temperatura exacta, su levísima dureza, su
acoplamiento al menor hueco de mi cuerpo.
Hoy
sopla fuerte el aire, ha rolado a noroeste y estoy echada sobre el largo pareo.
Afino los sentidos y oigo galopar al viento a mi costado.
Lo
oigo pero también lo siento. Siento su abrazo hasta el gemido.
Siento
su caricia incesante y poderosa, tierna a veces y otras castigadora.
Viene
como una mano de amante con pericia que me recorre desde la planta de los pies y asciende acoplándose a mis pantorrillas, a mis muslos, a las
redondeces de mis caderas, a la parte alta de mi espalda, a mi cuello
biunívoco, incrustándome las arenas que
lleva, viajeras de playas en busca de otras playas. Haciendo nuevas todas sus
caricias.
Termina
el viento su recorrido por mi cuerpo y todo se detiene, hasta las olas parece
que se escapan mar adentro y que no quisieran saber nada de la línea donde
mueren.
Pero
no regresa la calma, solo ha sido un impás, un respiro y arrecia nuevamente el
aire en su recorrido. Ahora me avasalla y me envuelve como si fuera el caudal de
un extraño río, de aguas secas, que me llevara en su corriente, con fuerza
inusitada y me recorre centímetro a centímetro, sin dejar un resquicio de piel
intacta.
Es
un viento cálido y poderoso el de hoy, que me rodea en su abrazo y se arremolina
sobre mí, que lo recibo embelesada.
A
mi costado ruge el mar, enlazándose en olas que amenazan con acercarse a mi
festín. Reclaman su parte sobre mis sentidos.
A
mi otro costado cruje y crepita la arena.
Mis
pies juegan con ella, venciendo suavemente su resistencia, captan su
temperatura; su ronco susurro avanza bajo mi cuerpo hasta llegar hasta mis
orejas, y me habla en un idioma que conozco.
Todo
es explosión de los sentidos, la piel me arde receptiva, y se expande hasta los
límites mismos del universo.
Un
ligero gusto a salitre hace que mis labios cobren vida nuevamente mientras el
sol reverbera sobre el agua y la arena ,haciéndome millones de guiños
brillantes y cambiantes.
Huele
a marea con leves rastros de su paso por las algas y la arena. Huele a vida
limpia y libre. Mi piel se impregna y absorbe todos los aromas.
Apenas
hay gente en la playa, me llegan retazos de lejanas conversaciones traídas por
el viento.
Me
quiero adormecer así acariciada, pero un impulso involuntario me obliga a darme
la vuelta, para que esta maravillosa aventura del goce de los sentidos comience
una vez más y de nuevo siento como se desliza el viento abrazando mis tobillos, lo
siento como va en busca de mis rodillas, de mis muslos, como se adentra en mi
sexo, como remonta mi vientre y se arremolina entre mis pechos. Su paso lento
se demora en el perfil de mis labios y juega con ellos, se hace cuenca sobre
mis párpados y se enreda con mi pelo. Me recorre a lametazos tiernos, cálidos,
como si yo hubiese sido desde siempre su tierra prometida.
Me
recorre el viento con manos de amante y me hace gemir suavecito.
Cuando
sientas que rola a noroeste presta atención y me podrás oír gemir. Sentirás
trocitos de mi piel sobre tu piel.
En
días como el de hoy, en que solo respondo si me llaman por mi tercer nombre me
pregunto si Heathcliff está de nuevo pensando en mí.
Consuelo
Costa
da Egoa. Agosto 2012