En la carretera.
Después de llenar el depósito de gasolina, me siento ante un café y te escribo.
Me gustan estos momentos a solas. Los adoro porque te preceden.
Cierro los ojos y siento el sol inclemente de Castilla que me sienta en su fragua y me observa, condenándome a su abrazo de fuego.
Siento como me acaricia y como mi piel lasciva se expande en su búsqueda.
En la tuya.
Cierro los ojos y los abro en mi mundo interior, donde brillan estrellas y todas te alcanzan.
Siento el aire respirando en mi piel, respirándome con lujuria, aspirando mi olor ... lo siento avanzar sobre mí, sin detenerse en ninguno de mis terrenos conocidos. Solo me roza, para llevar mi esencia hacía tí, que ya me esperas.
Las aves silencian el ruido lejano de los autos y de los pesados camiones, que se alejan forjando tempestades de prisas.
Los pájaros elevan sus trinos y sus juegos.
Me espían.
El aroma del café invade mis entrañas, los círculos cavernarios que te nombran.
Y se escriben los kilómetros que nos separan con azúcar sobre la mesa
Mágicamente los veo moverse, hacerse una cifra cada vez más pequeña.
Se reducen y de números pasan a convertirse en tus manos, que me esperan. Que se abren para mi y me reconocen.
Y sobre la silla de enfrente, mis pies me observan y me interrogan.
Consuelo
Julio 2012
En el alma de la gente engordan y maduran las uvas de la ira, anunciando próximas vendimias”.
ResponderEliminarJohn Steinbeck.
Las uvas de la ira, 1939.