Constante e incansable,
conjugaste todas las palabras
para nombrarme.
Mientras mi alma,
ingobernable,
demolía tenaz
todos los espacios,
gimiendo respuestas
a la única pregunta
que nadie había podido
ni tan siquiera imaginar.
A la única pregunta
que sólo tú,
te atreviste a formular.
Constante e implacable,
me invocaste
hasta que mis pezones
dejaron de ser
el punto final
de toda interrogante.
Y aún después,
jugando con ellos,
tus dedos de azul,
les pintaron alas
para que, como dos gaviotas,
volasen sobre la mar.
Consuelo
Abril 2012
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