Todo se había vuelto caos.
La que había sido mi vida, ordenada, trajeada y milimétrica, saltó una tarde por los aires, cuando nos conocimos, justo delante del hospital donde trabajo, intentando cuadrar balances, presupuestos, inversiones y gastos.
Cambiamos la gran ciudad por el campo, los trajes de chaqueta por los tejanos y nos quedamos con los cielos abiertos y con vivir sin demasiados objetivos.
Vivir, eso era lo prioritario. Y lo hicimos bien.
Sabíamos, como pocos lo saben, cuanto tiempo nos quedaba.
Una aproximación, claro, pues los médicos habían sido, a propósito, poco precisos en la última revisión, sin embargo, en sus miradas pudimos ver lo exiguo de nuestro calendario.
Así que seguimos llenando nuestros días de risas, de abrazos, de paseos y descansos.
Salíamos a caminar y tú insistías siempre en regresar a casa pasando por la protectora, tenías que saludar y mimar a toda aquella panda de desheredados. Y nos reíamos jugando y saltando con ellos mientras Roberto, El Botas, como le llamábamos entre bromas, nos dejaba colaborar con él, alimentando a los chuchos.
El momento era complicado, impreciso, así que una adopción en regla estaba descartada.
Empeoraste. No tan pronto como habían sentenciado, pero sí que fue de un modo rápido, envolvente y acaparador. La enfermedad te pretendía llevar con ella, pero nuestras manos seguían unidas, enfrentadas a esa pretensión.
Solo un poco más, un día más, nos decíamos.
Pero el tiempo se agotaba.
Y tuvimos que trocar la protectora por el hospital, el bendito caos por el preciso y riguroso orden de la medicación. Y nuestros paseos ya no eran a cielo abierto, sinó por austeros y silenciosos pasillos, y en vez de perros nuestras manos arrastraban goteros.
Y luego te fuiste.
Y yo me rompí por dentro, y volví al bendito caos, al campo y al silencio.
Y volví a rondar la protectora.
Y ví de nuevo a esa pequeña bola de pelo color tierra, y esta vez, sin pensarlo demasiado, me lo traje a casa.
Convirtió en caos el caos que yo ya tenía controlado, y eso fue parte de mi curación.
Ya no eran solo los libros y la ropa, lo que andaba en desacuerdo con el orden, sinó que ahora sus juguetes, sus escudillas, y sus correas de paseo eran las que podían aparecer por cualquier lado.
Esta pequeña bola de pelo me mira cuando hablo sola, en alto, parece entender que es contigo con quien sigo hablando.
Creo que también te extraña.
Se viene a enredar con mis pies, sé que quiere salir, es la hora de nuestro paseo vespertino.
Cojo la correa, se la pongo dejando bien a la vista su nombre, y le digo:
Vámonos, Legado, es hora de correr.
C
Noviembre 2024
En el Club de Escritura, A nos dió la palabra LEGADO, para que escribiéramos algo. El relato anterior ha sido mi aportación. Y una parte de mí ha vivido esos momentos al tiempo que brotaban de mi interior. Así que una parte de mí ha ganado y ha perdido algo. Y valoro la vida y la felicidad cada día un poquito más.