Qué pérfida ley de Talión
la que dormita
incrustada en las manecillas del reloj.
Ellas soportan como si fuera un beso
suave, cálido y lento
todo el tiempo que sostuvo y sostiene el universo.
Y el tiempo, sin rastro, en ellas transcurre así, leve.
Más en mi pecho, y en mi mente
se transforma en maremoto que todo lo incendia,
lo anega y lo humedece.
Y en mi alma se vuelve fiebre,
su eterno tic-tac intermitente.
Se hace en mi vientre fuego
y en mi sangre anhelo.
...
Desnudarse del todo.
...
No es fácil arrancarse
el tiempo a jirones
y dejarlo palpitando sobre la almohada,
mientras me voy hacia la noche
por la prometedora ventana.
Al susurro de la luna,
dejó el tiempo de ser,
y dejó de ser vestigio de lo que antes era;
se fue tornando en suaves dedos
que escriben mis historias sobre los cielos,
y como tenues rastros de cometas en la oscuridad
me van anudando con sus luces pasajeras
a nubes de ternura,
que me silencian y me exoneran.
Consuelo
febrero 2014