En el comienzo había sido una extenuante noche oscura.
Una noche larga, profunda y exigente.
Exigente de su propia oscuridad.
A medida que las sombras lentamente se retiraban
hacia el instante donde se engendran todas las noches,
yo, en mi cueva, a la luz de una débil llama
iba viendo lo que las sombras tatuaron sobre mi piel
en aquella noche oscura del alma.
El nombre de 37 aldeas aparecía escrito.
La primera legible
las 36 restantes totalmente ilegibles.
Así desperté.
Me calcé, tomé mi báculo y emprendí el camino.
Llegué a la primera aldea
porque era mi destino.
Al entrar se fue llenando de luz
lo que también eran sombras y oscuridades.
Y se hizo legible el nombre de la segunda aldea.
Hacia allí emprendí mi camino.
Y al llegar allí, ocurrió lo mismo.
Al entrar se iba haciendo la luz.
Crecía la luz en la aldea
crecía en mi cuerpo
y crecía en el día.
Y pude leer el nombre de la tercera aldea.
Y así ocurrió que fue amaneciendo el día
aldea por aldea.
Así recorrí las 37 aldeas
y al final del camino leí lo que estaba escrito
no en mi piel sinó en el suelo:
"Sigue.
No hay destino.
Seguirás cambiando por la noche al día."
C
Enero 2015